HANS MAGNUS ENZENSBERGER

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ÚLTIMA VOLUNTAD

Sacadme de una vez la bandera del rostro, me hace cosquillas.
Enterrad con ella a mi gato, enterradla allí
donde tenía mi cromático jardín.

Quitadme esta corona de lata del pecho, hace ruido.
Tiradla a las estatuas, a la basura,
y regalad las cintas a las rameras para que se adornen.

Decid las oraciones por teléfono, pero cortad el cable.
O envolvedlas en un pañuelo lleno de migajas de pan
para los estúpidos peces del charco.

Que el obispo se quede en casa y se emborrache. dadle un barrilito de ron
porque está sediento a causa del sermón.

Y dejadme tranquilo con lápidas conmemorativas y sombreros de copa.

Adoquinad con ese buen basalto una calleja que nadie habita,
una calle para pájaros.

En mi baúl hay mucho papel garrapateado para mi primo pequeñito.
Que pliegue aeroplanos para que naveguen lindamente desde el puente,
y que se ahoguen en el río.

Lo que resta, un calzoncillo, un encendedor, un bello ópalo
y un despertador, eso debéis regalarlo a Calístenes, el trapero,
y dadle también una propina adecuada.

Por la resurrección de la carne, mientras tanto, y por la vida eterna
me preocuparé yo solo, si no me lo tomáis a mal.
Es cosa mía, ¿no es verdad? Que os vaya bien.

En la mesa de luz todavía algunos cigarrillos.

 

 

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